Un verdadero policial

Título: El camino de Sherlock

Autora: Andrea Ferrari

Ilustrador: Carlus Rodríguez

Editorial: Alfaguara

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Una novela dinámica, divertida y con mucho suspenso. Me encantó la voz del protagonista-narrador, Francisco (alias Sherlok) y la vuelta de tuerca para  mostrar que las diferencias –incluso esas que tienen buena prensa y consideramos «dones»– nunca son fáciles.

Todo cabe en este libro: las expectativas de los padres, la presión sobre los hijos, la amistad que se intenta forzar y la que llega más naturalmente, la incoherencia de una maestra (que pone excelente en el cuaderno pero manda una nota a casa), las falencias de un sistema educativo que no sabe qué hacer con el alumno que no encaja en la media, la competencia descarnada y por lo mismo cruel, los problemas de autoestima (por defecto y por exceso) y la ingenuidad (que nada tiene que ver con la inteligencia).

Intertextual (maravilloso el diálogo que se establece con la obra de Conan Doyle) y creativa. A diferencia de otros detectives de moda en LIJ (o mejor dicho, algunos estereotipos que se repiten hasta el hartazgo) Francisco termina involucrándose con un verdadero criminal. La noción de «peligro» y el verosímil realista enmarcan la obra en el policial tradicional sin dejar de dirigirse, por ello, a los chicos. Me gustó mucho además el estilo de la autora; la erudición del personaje le dio la oportunidad de ofrecer una prosa un poco más compleja y poética de lo que permite generalmente el punto de vista infantil.

La recomiendo para niños mayores de 10, aunque Alfaguara sugiere que sea leída desde de los 12.

¿Quién dijo que las plantas son inofensivas?

Título: La escalera del miedo

Autora: María Laura Dedé

Ilustración de tapa: Juan Chavetta

Editorial: Galerna infantil

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La colección se anunció con bombos y platillos. El flyer que presentaba los primeros cuatro títulos (La escalera del miedo de María Laura Dedé, Los monos fantasma de Victoria Bayona, Desastre en el supermercado de Hernán Galdames, Mundos en venta y otros cuentos de Verónica Sukaczer) se multiplicó por las redes sociales: N veces compartido, me-gusteado aquí y allá. Había una garantía: el director de la colección. Porque Franco Vaccarini tiene su trayectoria y publica un montón.

El marketing es necesario. Y cómo. Las librerías están atiborradas de títulos. La LIJ crece a una velocidad que da vértigo. Los nombres de las grandes editoriales –que se ven en revistas, en diarios, incluso en afiches callejeros– tapan cualquier intento de asomo de las más chicas. Celebro que se apueste a la prensa y a la difusión. Que se destine dinero para ejemplares de cortesía y también tiempo para presentaciones y movidas mediáticas (por ejemplo, que los autores lean por radio y acepten el desafío de una entrevista colectiva). Porque (sé que suena triste pero creo que es así) el marketing es la única forma de poder competir.

Todo esto lo digo porque, aun cuando se trata de una colección nueva, el aparato de prensa ha sido tan bueno que ya leí varias reseñas de la colección. Es decir, esta se mezclará seguramente con muchas otras y espero sumar antes que repetir. De La escalera del miedo se dijo, por ejemplo,  que conforme avanzás en la lectura entrás en una gradación: del miedo más inocente y divertido a un género mucho más siniestro y aterrador. Y así bajás (te hundís en las profundidades) de escalón en escalón. Más

Acompañar la lectura

Título: El secreto del gorrión

Autor: Mario Lillo

Ilustradora: Silvia Katz

Colección: «Cola de ratón»

Editorial: Comunicarte

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Como pasa con los libros álbum, esta historia no se cuenta solamente con palabras. Las tiene, y muy bellas, pero necesita de la imagen para anclar significados y más si pretendemos que los destinatarios sean chicos.

Los sentidos figurados, las metáforas, los implícitos, las alusiones no suelen ser las favoritas del público infantil. Pasa con la poesía también (por lo menos es la impresión que yo tengo al observar a mis hijos y a mis alumnos de taller, aun cuando todos ellos son «buenos» lectores): cuando la fuerza está puesta en el estilo, no es fácil «engancharlos». Es probable, muy probable, que lo que me parece bello a mí, a ellos los aburra soberanamente. Salvo que estemos ahí (y otra vez, hablo por experiencia) para compartir la lectura. Para ayudarlos un poco a desentrañar ese laberinto de voces e imágenes escondidas en el lenguaje poético.

Y este es uno de esos libros que necesita, me parece, del andamio que podamos tenderles, como adultos, a los chicos que todavía no saben de dictaduras y abusos y esclavitudes. Es necesario que estemos ahí, acompañándolos, contándoles cómo nosotros (y cada cual lo hará a su manera, según nuestra historia y nuestras lecturas y nuestra experiencia) vamos llenando los versos de sentido.

Versos, sí, porque aunque no es poesía –y otra vez: como pasa con los libros álbum– las palabras se suceden con candencia y buen ritmo. Suavemente. Y se nota muy bien que el autor ha mimado cada pausa, cada rima y cada coma porque admite una lectura en voz alta armoniosa y musical. El texto, por sí solo, e incluso si nos olvidáramos de su significado, es hermoso.

Y además, por supuesto, está el significado. Porque el texto habla de la libertad; de lo fuertes que somos, que podemos ser, cuando actuamos juntos; de lo necesario que es alzar las voces cuando el silencio se impone a causa del miedo. De la importancia (y la necesidad y la fuerza y la omnipotencia) del arte, que es lo que finalmente siempre nos rescata del horror.

Y además, por supuesto, están también las ilustraciones. Las pinceladas suaves, los colores que se difuminan, que se vuelven sombra o luz, según cuales sean las palabras que se van tejiendo en el tramado de las páginas. Y entonces es cuando texto e imagen se vuelven uno. Se necesitan mutuamente. Se reflejan y se complementan y se abrazan sin soltarse ni prescindirse. Fundiéndose en la polifonía y en el impacto visual.

Y el trabajo de Katz no solo es bello: es necesario para reponer un montón de referentes que los chicos, seguro, no tendrán. El hombre que se arrastra, apresado, y las cadenas rotas dicen lo que los versos callan. Y es necesario que allí estén, que de algún modo se explicite lo que se está queriendo implicar para que el público infantil pueda acceder al libro y no perderse, justamente, lo más bello que tiene.

Para niños mayores de diez, y acompañados.

 

 

Ese muerto seductor

Título: La cena del dinosaurio

Autora: Verónica Sukaczer

Ilustrador: Pablo Tambuscio

Editorial: del Naranjo

Colección: «La puerta blanca»

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Casi todas las corrientes teóricas –aun cuando no coincidan en el modo de abordarlo– están de acuerdo en que el narrador es lo más importante del relato.  De una u otra forma, los demás componentes discursivos experimentan los efectos de su manipulación: el narrador condiciona y regula la información y decide de qué modo le hará conocer al lector el mundo posible que se está construyendo en el relato.

¿Por qué decido empezar esta reseña así? Porque el narrador en este libro es, como diría mi hijo,  lo más de lo más.  Está tan bien construido, es tan creíble y querible, que aun cuando fallara cualquier otro aspecto del relato (y por las dudas aclaro: no estoy diciendo que falla) la novela seguiría siendo genial.

Sukaczer decide darle voz a un muerto. Y esto le da un montón de licencias: es un narrador en primera persona (lo que nos permite disfrutar de toda su subjetividad) pero al mismo tiempo es omnisciente (¿quién podría decir que un muerto no es capaz de meterse en la cabeza de los otros personajes, de conocer el pasado más remotísimo y de anticiparse  a los hechos que van a venir?). Y es como Brás Cubas, el de Machado de Assís: un difunto alegre, que puede tomar distancia de su propia muerte y hacernos reír aun en los momentos de mayor tensión. Más

Y clic. Comenzó el viaje

Y se ve que en ese momento me desperté. Me puse un poco triste, como me pasaba cuando pensaba en mi papá, y también contento, porque las cosas se aclaraban.

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Título: La banda de los coleccionistas 

Autora: Lilia Lardone

Ilustradora: Mónica Weiss

Editorial: Comunicarte

Esta novela nos habla de todas esas imágenes que nos llegan –a veces en forma de sueños, a veces en forma de recuerdos, a veces fusionadas en ambas cosas– para aclararnos el presente. Porque es cierto que la vida a veces se vuelve injusta y no nos queda otra que adaptarnos de la mejor manera posible a lo que nos tocó vivir.

Lilia Lardone nos habla de la muerte sin que el relato se hunda irreparablemente en la tristeza, como pasa a veces. Ya en el segundo renglón, el narrador protagonista se pone al descubierto sin preámbulos: «(Esta historia) empezó hace mucho, cuando mi papá se murió». Listo, no habrá ningún golpe bajo. La historia empieza con el dolor y lo que sigue es acompañar al personaje en el camino que recorrerá para transitar ese dolor. Cómo seguir viviendo después de que la vida nos golpea así, de eso se trata y no de escarbar en la angustia y en la desesperación. No de estancarnos en el recuerdo que lastima sino en buscar ese otro tipo de recuerdo que nos ayudará a seguir adelante. Más

¿Y vos cómo lo ves?

Título: Una tarde, tres historias. 

Autora: Florencia Gattari

Ilustradora: Virginia Piñón

Editorial: Sigmar

Una tarde, tres historias.

Este libro, que fue finalista del Premio Sigmar en 2011, apuesta todas las fichas a un elemento fundamental del universo discursivo: la focalización. La multiplicidad de narradores (tres, como indica el título) nos permite observar una misma situación desde ángulos distintos. La idea es genial y la prosa de Gattari –como siempre– ágil y divertida.

De los tres narradores, me gustó especialmente el primero. La voz de Ernesto es simpatiquísima. La observación detallada (que se corresponde muy bien con el perfil de un niño-científico) nos hace extrañar permanentemente sobre las cuestiones más triviales. Las teorías e hipótesis que el niño va elaborando, además de ser cómicas, son súper tiernas y es fácil encariñarse con el personaje. Tanto, que cuesta un poco sobrellevar el cambio de narrador. Más

De viaje: Traslasierra

Título: Loro hablando solo

Autor: Juan Lima

Editorial: Comunicarte

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Lo primero que voy a decir es que este libro es distinto. Muy distinto. Es un libro que se sostiene básicamente en lo visual, en lo fotográfico. Y es la primera vez que yo me topo en LIJ con algo así (lo que no quiere decir obviamente que no existan libros así, solo que yo no me he topado con ellos). Me gustaría saber algo de edición para poder arriesgar, aunque sea a ojo de buen cubero, el gramaje de sus páginas. Porque el libro es de papel ilustración, de ese papel ilustración bien pesado que suelen tener las ediciones de altísima calidad que se ubican en los anaqueles de arte en las librerías. No es para menos: las imágenes de Loro hablando solo  son tan pero tan bellas que cualquier otra impresión no les habría hecho justicia. La cabeza del ñandú la vemos con tanto detalle que es posible distinguir su piel rugosa y hasta el nacimiento (¿cuero cabelludo?) de ese montón de pinches que después se perderá entre medio del ceniciento plumaje. A las espinas del cactus (supongo que será un cactus) se las ve tan nítidas en un primer plano que no pude resistir la tentación de rozarlas, acaso intuitivamente, solo para cerciorarme de que en verdad no estaban ahí. Y el zoom puesto sobre la avispa que retoza en quién sabe qué linda planta traserrana causa un efecto formidable: jamás me había detenido a pensar en qué bellas, tornasoladas son sus alas  ni en sus patas como hilos de cobre que brillan al sol. Más

Poesía gourmet

Título: Gajos de mandarina

Autora: Laura Quirós (Daniela Feoli)

Ilustradora: Natalia Colombo

Colección «Luna de azafrán»

Editorial:  del Naranjo

Gajos de mandarina

De chica me gustaba la poesía. Y mucho. Tanto era así, que una semana antes de morir (sin saber que iba a morirse, creo) Mamama me dio un tesoro: un pequeño libro con tapas de cuero que mi abuelo le había regalado hacía tantos años que yo no podía imaginarme cuántos. Jamás me lo hubiera dado –conociéndome como me conocía: a mí, que lo perdía todo; que olvidaba las cosas tiradas por ahí; que vivía distraída del mundo y de la gente─ de no saber que el libro estaría en buenas manos.

Y lo estaba: entonces la poesía me parecía lo más natural del mundo. Era un buen modo de pasarme las horas. De descubrir mis sentimientos en las palabras de otros. De espantar mis miedos, mis angustias, mis decepciones a través de una voz que me llevaba a un terreno donde el lenguaje de todos los días sabía volverse ritmo, melodía y música.

Todavía puedo verla  a Mamama, sentada en su silla, en aquel rincón de la cocina, mirándome con sus ojos transparentes de tan verdes, con su mano extendida dándome el libro. Me recuerdo meses después, ya con la tristeza de haberla perdido,  tocando con mis dedos su voz, que (me parecía) había quedado presa en esas páginas. Y me recuerdo, sobre todo, escribiendo al margen ─con insolente tinta indeleble─ cuánto (¡pero cuánto!) la extrañaba.  Yo declamaba en voz alta para ella, sin ninguna vergüenza: elevando los brazos, mirando al cielo, a la espera  de que, por fin, las oscuras golondrinas volvieran a colgar sus alas en mi balcón. Más

Estar acá

Título: Héroes modernos

Autora: Sol Silvestre

Ilustradora: Mey

Editorial: Sigmar

Tenerlo en mis manos es un sueño cumplido. Y es tan raro eso. Porque por un lado es genial, genialísimo, cumplir un sueño pero por el otro uno extraña el moscardón en la panza, esa ansiedad que siente por no saber todavía si va a poder lograrlo o no.

El día que cerraba el plazo del Premio Sigmar 2011, mandé el manuscrito. Ese mismo día lo imprimí, elegí un título y me fui al correo. No estaba súper orgullosa de él (siempre hay cosas para pulir, reescribir y reformular) pero la noche anterior había soñado con Mamama, que me decía algo así como «Qué lástima que no te animaste a participar del premio Sigmar».

El sueño, lógicamente, tenía su explicación: unas semanas antes yo había estado evaluando el asunto: ¿participio o no participo? Había releído varios de mis cuentos y no se me ocurría cómo unir unos con otros, cómo meterlos en una misma antología ni que título usar.

–No. No participo.

Y con ese mandato a mí misma, creí que me olvidaba de Sigmar.

Pero la noche previa al cierre tuve el sueño. Y me levanté pensando: qué tonta que no participé, ¿qué podía perder? Y me conecté a internet de pura masoquista, para enterarme cuándo tendría que haber mandado el manuscrito y…¡¿hoy?! Elegí un cuento, dos, tres. Conté caracteres. Les puse un título, incluso una dedicatoria. Y un epígrafe de Elvira Lindo que me vino como anillo al dedo para justificar el nombre de la antología.

Mis héroes modernos son Pavilongo (o Pablo), Milena y Mariano. Tres niños que deben enfrentarse a este mundo duro que nos toca en suerte y desde su inocencia vencer el prejuicio, el miedo, las etiquetas impuestas por los adultos y las injusticias de una sociedad que tiende a determinar nuestro lugar en el mundo por lo que tenemos o dejamos de tener. El epígrafe de Elvira Lindo lo saqué del primer Manolito Gafotas, de esa escena genialísima en la que los nenes van disfrazados de «palomitas de la paz»  porque así lo quiso su Sita Asunción aunque ellos hubieran preferido ser supermanes y hombres arañas.

Fue tan divertido escribir estos cuentos; tan liberador. Hay mucho de mi historia en ellos. De mi infancia. De mis hijos. De mis propios prejuicios. De mis miedos y fantasmas. De mis ganas de salvar el mundo.

Que el libro mereciera una Mención de Honor fue una caricia al ego, no lo niego. A veces las necesito porque son muchas las ocasiones en las que me siento «ninguneada»  en este medio. Cuando sos nuevita, así, como yo, te miran raro.  Con desconfianza. Piensan, supongo, que tuviste suerte. O palanca.  Que tenés aires de grandeza o que pensaste «Me voy a meter en LIJ porque no tengo nada que hacer». Es que todavía no sospechan que no sabés hacer otra cosa. Que te gusta tanto escribir, pero tanto, que aunque te ninguneen, aunque te sigan mirando raro, vas a seguir haciéndolo. Ganes o no ganes un premio. Te publiquen o no te publiquen. Porque escribir es tu vida. Escribir sos vos.

Héroes modernos es entre mis libros probablemente el que más tiene que ver conmigo. El primero, además,  que me puso en la «vidriera», aunque esté allá, todavía de coté y en el último estante. Para eso sirven los premios, para que empiecen a registrarte. A darte, por fin, una oportunidad. No sé si llegaré más lejos, pero estoy acá. Y eso, ya de por sí, es un tremendo premio.

Viaje iniciático

Título: Puras mentiras

Autora: Sol Silvestre

Ilustradora: Luciana Carossia

Editorial: Lúdico

No puedo reseñarme a mí misma. Por lo bueno y por lo malo. Si elogio lo que me gusta, no queda bien. Si pego en los puntos flacos, pego con todo: no tengo nada de diplomacia conmigo misma; puedo llegar a ser terriblemente cruel, lo que me llevaría a ser injusta con mucha gente. Porque un libro es el producto de un trabajo colectivo. Puras mentiras, más allá del texto, tiene una edición  lindísima: bello papel, buena calidad de impresión. Y un  trabajo impecable de Luciana.  Incluye ilustraciones que enamoran: como la de la abuela Ipi con sus alas de ángel cobijando a Kumiray. Es, además, un libro que viene a cumplir un sueño postergado. Nuestro primer proyecto juntas. En mi casa de soltera, todavía guardo una ilustración que Luciana hizo sobre un cuento mío cuando estábamos en el colegio secundario.  Recuerdo su modo de elogiarlo: «Me sorprendiste. Creí que escribías como Poldy Bird, que ibas a empalagarme». Entonces no sabíamos, ni ella ni yo, que íbamos a dedicarnos a esto. Mucho menos que compartiríamos las ganas, la visión, los valores, los proyectos, las metas. Porque queremos cosas increíblemente parecidas. Las dos podemos morirnos de hambre antes de renunciar a nuestro sueño de hacer bien las cosas. De intentarlo al menos. Odiamos (y padecemos, a veces) a los mismos editores. Admiramos a los mismos maestros. Nos queremos. Nos respetamos. Nos complementamos. Y toda esa energía junta fue a parar al libro.

Puras mentiras fue  libro sin acomodos. Sin lobby. Sin amigos que nos presentaran. De eso sí me siento orgullosa. Porque soy consciente de que recién estoy empezando. No me llueven las propuestas de trabajo, pero tampoco claudico en intentarlo. Por tercera vez presenté un manuscrito en una editorial desconocida, sin «palanca» de ningún tipo.  La primera vez pudo ser suerte. La segunda, un obsequio de la vida. Esta tercera ya la siento como un mandato. Como si el destino me dijera: «¿No ves? ¡No es imposible! Siempre hay que volver  a intentarlo».  Puras mentiras me recuerda eso más que ningún otro libro porque los dos cuentos que integran la antología fueron antes proyectos malogrados. Proyectos a los que había que darle otra vuelta de tuerca para hacerlos funcionar. Y  funcionaron. Más

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