¿Y si hablamos de cine?

Ficha técnica: 

Título: Ralph el demoledor

Director. Rich Moore

Guión:  Jennifer Lee, Phil Johnston

Productora: Walt Disney Animation Studios

Año: 2012

ralph

Una vez más, me salto las reglas que yo misma me impuse al inaugurar este blog. Quijotes y Quijotinas es un espacio que pensé para reseñar libros infantiles. Sin embargo, alguna vez reseñé un espectáculo teatral, algún ensayo o libro pedagógico; e incluso libros para adultos como este , ese y aquel. A mi favor puedo decir que siempre que hice estas excepciones fue porque me parecía que el material, por una cuestión u otra, merecía estar sobre el tapete.

Y hacía tiempo que una película infantil no me movilizaba tanto. Está bien: tengo motivos personales (y fortísimos) para sentirme así. La película me toca porque –por supuesto, sutilmente– trata un tema que ha sido (y sigue siendo)  trascendental en mi vida. La pequeña Vanellope se me metió al corazón.

Pero vamos por partes: La película te mete en el mundo de los videojuegos. Un mundo que, al mejor estilo de Toy Story, vive más allá de nuestra realidad efectiva. Cuando las luces se apagan y los chicos abandonan la sala de videojuegos, vemos pululando por ahí a pacman y a Mario Bros (y a muchísimos otros, perdón, pero estos son los que yo conozco). Se transportan a través de los cables en simpáticos carritos (parecen los de los parques de Disney) y viven una vida bastante similar a la nuestra: van al psicólogo, salen a tomar algo con amigos, escapan de los inoportunos inspectores que andan pidiendo permisos para circular. Porque andar por ahí tiene sus riesgos: si mueres fuera de tu propio juego, el GAME OVER  no tiene vuelta atrás.

Así las cosas, vemos al protagonista: un gigantote llamado Ralph  que es el villano del juego Fix-It Félix Jr (¡¡Arréglalo, Felix!). Ralph se encarga de destruir el edificio y Félix de repararlo, por lo que todo el mundo adora a Félix y –en proporciones similares– aborrece a Ralph. Y acá empieza a encaminarse la historia: el villano decide que es tiempo de cambiar su destino y sale en busca de una medalla para demostrarles a sus compañeros de juego que él puede ser tan bueno como Félix. Y todo habría sido muy sencillo si no fuera porque Ralph es un poco torpe y genera unos despioles bárbaros en el mundo virtual. Y en toda esa confusión, termina metido en juego llamado Sugar Rush, donde conoce a Vanellope. Y entonces sí, comienza la película.

Vanellope es una nena adorable, inquieta, muy decidida, traviesa, independiente: Vanellope es capaz de cambiarte la vida. Y uno lo siente así mucho antes de enterarnos de su «falla»:

–Solo tengo pixlexia ¿de acuerdo? –se defiende ella.

Lo que sigue nos llena de impotencia y dolor: Vanellope no tiene amigas. No le permiten correr la carrera como a las demás (¡la vida en ese juego ES la carrera!) y para colmo de injusticia es víctima del bulling: la insultan en patota, le destruyen su auto artesanal y se alimentan de su tristeza para matarse de risa. Cuando, para colmo, le echan en cara su «falla» y le dicen que jamás conseguirá nada, uno querría levantarse de la butaca y enfrentar a ese grupo de niñas malcriadas que se convertirán en adultas detestables un día. Pero por suerte está Ralph (¡el «malvado» de Ralph!) para cubrir el rol. La amistad de este par es lo mejor de la película.

No voy a contar más de la trama (¡vayan al cine!) pero sí les voy a decir por qué la historia me pareció tan bella. Porque es un relato de inclusión, que nos muestra que no solo podemos aceptar al diferente sino incluso verlo como un igual ¡y más! porque Vanellope llega mucho más lejos que cualquiera de las otras niñas «sin falla». Es además una película que nos muestra cuán peligrosas son las etiquetas: cuando Ralph entiende que no es malvado, cuando Vanellope se da cuenta de que no tiene ninguna falla ¡son capaces de todo! Y el tiro de gracia fue el final: porque Vanellope consigue lo que quiere no a pesar de su falla sino gracias  a ella. ¿No es esto maravilloso?

Lo que a uno le queda al irse del cine es que por algo el que está arriba nos dio el «paquetito» (¡no diré la «carga»!) que nos tocó en suerte. Solo hay que aprender a vivir con él, saber convertirlo en algo bueno y no dejar bajo ninguna circunstancia que ningún ignorante (a veces serán niños, pero también habrá médicos y maestros) nos convenza de que nuestras proyecciones, nuestros sueños, nuestras expectativas para la vida tienen un techo. Porque no hay techo. Porque aun cuando nos derrumbemos, no será necesario el martillo mágico de Félix para repararlo. Solo hay que tener fe en uno mismo, no renegar de nuestra realidad («¡Esto no puede pasarme a mí!»; yo pasé por esa etapa) y aceptar que así somos y así vinimos al mundo. Y así lo enfrentaremos. Porque la «normalidad» tendrá buena prensa, pero a veces da vergüenza ajena. Por suerte siempre habrá una Vanellope –en la literatura, en el cine, en casa o en la escuela– para recordarnos que las cosas hay que verlas en perspectiva.