Un salto corajudo

Título: Los amigos extraordinarios

Autora: Silvia Camossa

Ilustradora: Ana Terra.

Editorial: V&R

No hay muchos libros para chicos que traten sobre la muerte. Valoro eso. Los amigos extraordinarios son tres niños que, de la noche a la mañana, pasan a ser dos.  Sí, sí: así como les cuento. «En la tibieza de la madrugada, Ana ya no despertó». Sofía y Olegario no saben bien qué ha pasado, hasta que un lejano, tristemente impersonal «dicen que murió» los enfrenta con esa realidad que duele. Que desgarra. Que nos llena de incertidumbre y de miedo.

No es fácil entender la muerte en la «vida real». No es fácil aceptar que sea un niño, precisamente, el que tiene que partir. Silvia Camossa acepta el desafío de contarlo. No es poco. Es como tirarse un clavado desde el trampolín más alto: más allá de cómo caiga, la decisión y la valentía de pegar ese salto me resulta  loable. Y esto lo digo porque el texto, en realidad, no me gustó mucho. Demasiado rimado, con imágenes más poéticas que profundas y un tono bastante condescendiente.  Es cierto, es un texto para niños pero el tema reclama que les hablemos de igual a igual. Sin mentiras piadosas. Sin chicanas. Quiero decir, de a ratos me da la sensación de que Camossa quiere convencer a los chicos (quiere convencerse a sí misma tal vez) de que la muerte de un ser querido no tiene por qué ser dolorosa. Y no es que en el fondo de un gran dolor sea imposible rescatar una fibra de alegre melancolía  (por los buenos recuerdos, por lo compartido, por los lazos que afianzamos con aquellos que también quedaron solos, como nosotros)  pero de ahí a plantear que el mundo puede volver a ser el mismo hay un abismo. Me parece.

Me quedan hilos sueltos de la trama, además, no entiendo bien qué es eso de que los niños inventan juegos para los chicos del mundo. No sé si es metafórico o qué. Y la referencia final a un tal Paco (¿será Olegario?) me confunde más. Porque de pronto los amigos extraordinarios empiezan a multiplicarse como si fueran productos en serie. Y en el fondo me quedo con la sensación de que la pobre Ana, más allá de que viva en la sonrisa de cada nuevo niño, ha comenzado a volverse tristemente un olvido.

Pero tengo que poner una salvedad. Porque leo en los créditos que el libro fue escrito primero en portugués y se me ocurre que  acaso ha habido una traducción demasiado literal de la historia. Un apego demasiado forzado a la rima del manuscrito original. Y entonces pienso que todas estas pegas que le estoy poniendo al texto  acaso puedan diluirse (disculparse) en una frase: traduttore traditore. Hay, por otra parte, algunas imágenes preciosas que reivindican la labor de Camossa: cuando Sofía y Olegario comienzan a extrañar a Ana dejan de lado el postre y las fresas. Y aprenden a llorar de verdad. Llorar de verdad. Como si se tratara de un llanto de iniciación. De un llanto que los enfrenta a la crudeza del mundo real. A la adultez, incluso. Porque los niños que deben enfrentarse al dolor de la muerte guardan a un adulto dentro de su cuerpo frágil, siempre. LLorar de verdad es tener que crecer. Tener que crecer antes de tiempo. Veo en estas imágenes el giro que Camossa da en el aire justo a tiempo para amortiguar la caída. Ha saltado desde el trampolín, tal vez sin mucha destreza, pero dignamente. Lo digo con humildad. Yo misma no sé si me hubiera animado a pegar ese tremendo salto.

De las imágenes de Terra rescato: Ana saliéndose de las fotos; los niños dibujando constelaciones, sentados en la media luna; las mariposas revoloteando alrededor de la cabeza de Sofía. El paulatino cambio de color en los fondos: luminosos al inicio, lúgubres con la muerte de Ana en las páginas centrales, suaves pero coloridos al final de la historia cuando los chicos aceptan la muerte y siguen con su vida.

Me gustan también, mucho, las guardas. Aves blancas y negras como en un espejo. Acaso así mismo sea la muerte frente a la vida ¿no? Un reflejo de lo que fuimos, hasta el infinito. Toda la edición en realidad es muy linda: el formato, el papel, las tapas.

No puedo decir para qué edad es el libro. Es uno de esos libros sin edad pero hechos para el momento indicado. No para darle respuestas al niño sino parta empezar a hablar. A veces los chicos solo necesitan esto: simplemente hablar. Y Los amigos extraordinarios pueden ser una buena excusa para empezar a hacerlo, aunque en el fondo no tenga (ni tengamos) la respuesta «adecuada» frente al dolor.

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